corriendo como el rio,
oyendo bicicletas,
pescadores como estatuas,
en los faroles hay bichos,
de a montones,
caminantes deportivos,
amantes de afiebradas declaraciones,
pianos y saxofones,
la calma acompaña al trote,
una maraton en solitario,
matando vicios,transpirando.
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Roger Waters en River
Una noche de clásicos y emoción
El ex líder de Pink Floyd dividió el show en dos partes. En la primera repasó The Wall, tributó a Syd Barrett y lanzó un gigante cerdo inflable con graffitis. Después tocó el disco El lado oscuro de la luna. La crónica de un concierto atemporal.
Roger Waters tocó en RiverMás introspectivo que explosivo. Más nostálgico que sorprendente. Así sucedieron las dos horas y media del concierto de Roger Waters en el estadio de River, abundante y generoso en las perlas pinkfloydianas que más de 50 mil almas fueron a escuchar. Y con el agregado especial del notable despliegue visual y sonoro.
Como si en el medio no hubiese pasado una eternidad (por lo menos veinticinco años), las canciones del célebre grupo en la voz de Roger Waters generaron una ceremonia de aplausos, ovaciones y una orquesta de lucecitas celestes de celulares que guardaron como preciado tesoro las imágenes del concierto. Puño en alto, vestido por completo de negro, el cantante y bajista hizo gala de la puntualidad británica. Salió a tocar a las 22.08, apenas unos minutos más tarde de lo pactado y enseguida puso en claro de qué iba la presentación: en la primera canción In The Flesh la pantalla gigante se inundó de un ejército de martillos en rojo y negro, todo un emblema del film The Wall.
Sin más preámbulos, se calzó la guitarra y provocó otra tanda generalizada de “uhhhhh” del público, cuando entonó las primeras líneas de Mother. De ahí saltó al doble homenaje al genio loco Syd Barrett, que murió el año pasado. Eligió Set the Controls for the Heart of the Sun y Shine On You Crazy Diamond, las mismas que tocó en su primera visita al país, hace exactamente cinco años en Vélez, aunque aquella vez lo hizo en un solo concierto para 40 mil espectadores. Ahora seguramente doblará esa cifra. El cosquilleo por la obra de Pink Floyd sigue resistiendo al tiempo.
El momento “testimonial” del concierto se motorizó hacia el final de la primera parte. Arrancó con Southampton Dock y The Fletcher Memorial Home , dos piezas anti bélicas incluidas en su último disco junto a Gilmour y compañía, The Final Cut, y alcanzó el climax en Sheep. Desde el campo se soltó un gigante cerdo inflable, pintado con graffitis como “encierren a Bush antes de que nos mate a todos”, “Videla Galtieri Thatcher Bush todos dan asco” y “¿dónde está Julio López?”. Ahí llegó el curioso cierre al primer acto.
En la segunda parte, Waters justificó en vivo el título de la gira: The Dark Side Of The Moon Live. Ahora, que existen bandas tributo y hasta una versión dub del disco que más semanas posicionó en los charts, uno de los padres de la criatura vino a poner las cosas en claro. Lo tocó completo, con el complicado desafío para sus músicos y coristas de poner cuerpo y alma a la compleja trama del disco. Fue tal vez el mejor momento del concierto, especialmente en Breathe , Time y Brain Damage, como banda de sonido (cuadrafónica) de las obsesiones históricas de Pink Floyd. Esos mismos ejes se transportaron a pantalla gigante: la locura, el tiempo, la alienación. Y sí, el prisma se corporizó gracias a los rayos láser.
Si algún espectador todavía quería más de Waters, ni siquiera debió esperar mucho. “Démosle la bienvenida a los chicos del Instituto de River”, abrió pronto los bises Waters en un castellano comprensible. Los tuvo como invitados en Another Brick in the Wall Part II y los despidió con un beso a cada uno. Después hizo Vera, Bring the Boys Back Home y Comfortably Numb. Cerca de la 1 de la mañana se prendieron las luces y el público inició lento la retirada, como si tuviera la panza llena de tantos clásicos, todos digeridos en la misma noche.
jazz tour!
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